sábado, 18 de mayo de 2013

Shock


El 29 de septiembre del 2004 mi vida dio un giro. La llegada de un bebé modifica la vida de las familias pero cuando llegó Leonardo, mi segundo hijo, todo cuanto había planeado para nuestras vidas se rompió, cambió o se pospuso.
Leonardo nació por cesárea y no lloró, lo reanimaron en el quirófano porque nació azul debido a un problema cardiaco. A las minutos de su llegada la pediatra le comunicó a  Luis, su papá, que tenía características de portar síndrome de Down. El diagnóstico se confirmó  a las horas: las orejas, la nariz, los ojos, una mano, el padecimiento cardiaco.

Lo normal hubiera sido que llorara y preguntara ¿por qué yo? No lo hice. Me estremecí de miedo y me tragué mis lágrimas y razoné: “Dios me lo mandó a mi porque soy una chingona” me consolé de esa forma y me convencí diciéndole a mi esposo con sangre fría: "Creo que Leonardo ganará las olimpiadas especiales".

Mi querido amigo y ginecólogo Beto me explicó los tipos de Síndrome de Down y aunque comprendía me sentía totalmente sorprendida, asustada y tratando de entender todo aquello a lo que no le puse atención o no le di importancia cuando lo estudié en la escuela.

El 30 de septiembre la pediatra y el cardiólogo se sentaron con nosotros y me dieron el diagnóstico: canal auriculo ventricular completo y lo que implicaría: una cirugía o dos, cuidados permanentes, medicamentos etc. Lo único que atiné a decir fue: “lo que me quieren decir es que no me puedo llevar a mi hijo con Síndrome de Down porque está grave”. La respuesta fue positiva.

Los días siguientes fueron los peores de mi vida. Mi hijo estaba en una
incubadora, con control de líquidos (con hambre todo el tiempo), con las manitas  moradas un tanto por su padecimiento cardiaco y otro por las agujas que le pasaban suero y medicamentos; y yo sin poder cargarlo, conformándome con acariciarlo con un dedo. 

Me dieron de alta y tuve que regresar a casa sin mi hijo. Al llegar salí un momento al parque con mi pequeño de tres años y le explique en forma simple: “ tu hermanito tiene Síndrome de Down y eso quiere decir que va a aprender muy despacito, lo tenemos que cuidar mucho porque además está enfermo y unos días vivirá con el doctor y otros con nosotros, Dios sólo le manda a los mejores niños hermanitos así que lo tenemos que defender si alguien se burla de que es lento” Él sólo dijo: “sí mami” y también su vida cambió.

Dividí mi tiempo en mis dos hijos.  A las horas de visita iba al hospital, me aguantaba las lágrimas y a media voz le platicaba de su familia y hablaba de nuestro futuro cuando nos fuéramos a la casa con su hermanito. Cuando iba a casa jugaba, hacía la tarea y pretendía que todo estaba bien para que Jorge Luis no sintiera la avalancha que de pronto era la vida de sus padres.

Decidí bautizar a mi hijo con mis manos en el hospital con el nombre de Leonardo – león fuerte-.

A la distancia todo parece una  tragedia y lo fue, la realidad es que los seres humanos y en especial las madres tenemos una gran capacidad de aceptación y de adaptación, hacemos de las tragedias grandes historias.

Leonardo tiene 8 años y hemos aprendido juntos, pero el 29 de septiembre del 2004 mi vida cambió y todos mis planes se modificaron, cambiaron o se pospusieron. 

3 comentarios:

  1. Wow! de verdad los admiro muchisismo, aceptar y luchar por algo que para muchos es una tragedia sólo personas con gran capacidad de madurez como Uds lo pueden hacer.
    Yo crecí con una niña sindroem de Down y mi abuelita (QEPD) me enseñó a quererla y entenderla, definitivamente creó que son angeles que solo Dios sabe a quien mandárselos por álguna razón.

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  2. Qué bella historia. Gracias por compartirla.

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